5.6.08

God Save Grandma

Aunque en algunas ocasiones mi abuela puede ser la persona más despistada del mundo, en otras reúne fuerzas y representa escenas insospechadas. Es el caso de la historia que os voy a contar.

El santo de mi abuela coincide con el puente de la Purísima por lo que un año decidió invitarnos a Londres. Al citado viaje fuimos mi madre, su marido, mi hermano y yo. Mi abuela quiso ir en plan "joven" así que nos alojábamos en un hotel de lo más moderno, comíamos de Hard Rock Café en Mac Donalds, paseamos por todos los mercadillos habidos y por haber y fuimos a la reventa de todos los musicales que pudimos. Día a día, mi abuela estaba cada vez más joven, y hasta me atrevería a decir que si nos hubiésemos quedado una semana más se cambiaba los tacones por unas bambas.

Para los que no hayáis estado en la capital inglesa, los buses son uno de los emblemas de la ciudad y su uso no es igual que en España. Además de la peculiaridad de sus dos pisos, no hay orden en la entrada y salida de los pasajeros. A diferencia del bus urbano español, en el bus inglés el acceso es como en el metro, cada uno sube y baja por la puerta que quiere...o por la que puede. Aquella tarde subimos en piña por la puerta de atrás. Primero mi madre, después mi abuela y tras ellas mi hermano y yo. Como ni mi madre ni mi abuela hablán inglés, hasta que no subimos los nietos no pudimos confirmar el recorrido, que enseguida dedujimos que no era de nuestro interés. Ni cortos ni perezosos bajamos del bus, pero lamentablemente éste se puso en marcha con mi abuela y mi madre dentro.

Muchos ya sabréis como acaba esta historia, mi abuela saltando en marcha como si de Indiana Jones se tratara, a los brazos de un apuesto gentelman inglés. Milagrosamente no sufrió ni un rasguño, y de no ser por el idioma, quizás esta simpática historia podría haber acabado en una comedia romántica al más puro estilo americano, o inglés en este caso. ¡God Save Grandma!

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