21.12.07

Otra confusión de género

En otra ocasión, hace ya muchos años —y es que el síndrome de mi abuela nada tiene que ver con la edad—se topó con un personaje anónimo a quien también cambió el sexo, aunque esta vez no resultó tener tan buen humor la persona en cuestión.

Mi abuela tiene un apartamento en Puigcerdà, un pueblecito en La Cerdanya que está muy cerca de Francia. A mi abuela le encantaba acercarse a la frontera y pasear por las tiendas francesas y comprar “le fromage” y otros souvenirs difíciles de encontrar entonces en Barcelona.

Decidida entró en una tienda donde había una mujer tras el mostrador a la que muy educadamente saludó —Orbuá, Mesié—. La señora puso cara de pocos amigos y poco más que la echa de su tendal. Mi abuela no entendía nada.

¿Qué queréis que os diga? Mi opinión es que la dependienta debería haber saludado en primer lugar a su nueva cliente. ¿Quién sabe? Quizás en su afán de hablar español también se habría equivocado y hubiese saludado muy amablemente —Adiós, señor—.

20.11.07

El Bridge

A mi abuela le encanta jugar a Bridge. Es una de sus grandes aficiones, a la que dedica la mayoría de sus tardes. No le falta pereza para arreglarse y caminar unas cuantas manzanas o coger el autobús y pasarse de 3 a 4 horas jugando a este juego de naipes con sus amigas.

En una ocasión mi abuela se encontró con un reconocido periodista catalán. Ni corta ni perezosa, con una sonrisa de oreja a oreja se acercó a su mesa.

—Perdone, ¿Es usted María José Pujal?— A lo que el Sr. Josep María Pujal contestó con gran sentido del humor. —Bueno, no exactamente.

19.10.07

Welcome to U.S.A (2/2)

En nuestro viaje a Orlando nos alojamos en un complejo dentro del parque temático. Es decir, un hotel con una amplia zona recreativa entre la había una gran variedad de restaurantes. Una de las noches decidimos quedarnos a cenar todos juntos en el mismo hotel.

Ya en la puerta del restaurante mi abuela y yo encabezábamos la fila para el segundo turno cuando una señorita muy simpática se acercó a nosotros a preguntarnos:

—How many children at the table?—

A lo que mi abuela respondió, indignadísima. —Deutschland no! SPANISH!—

Después, se giró hacia mi tío y muy enfadada le comentó —¡No sé por qué piensa que somos alemanes!—

18.9.07

Welcome to U.S.A. (1/2)

¡Qué viaje aquél! Abuelos, tíos, tíos abuelos, padres, hijos, primos…todos juntos en plan clan nos embarcamos en un delicioso viaje a Disney World. Si mi abuela ya se lía a veces con el castellano, pues imaginaos con el ingés. No me malinterpretéis, ya les gustaría a muchos chapurrearlo como lo hace ella.

Aunque nada tiene que ver su inglés con el de Shakespeare, mi abuela no tiene ningún inconveniente en defenderse ante la situación más inesperada. Y cuando no se atreve tira de sus nietos, que por algo fueron a un cole inglés.

Nos encontrábamos en el monorrail que cruza varios parques temáticos además de los principales hoteles de Disney World. Aquel día nos dirigíamos al parque principal. Como os podréis imaginar, mi familia y yo somos dados a pinchar un poco a mi abuela…la ayudamos en su afán de crear gazapos, así que se nos ocurrió preguntarle a qué parque nos dirigíamos.

Mi abuela sonrío pícaramente, —no me pillan esta vez— pensó. Sé perfectamente dónde nos dirigimos. Me acuerdo precisamente porque se dice como ventana en inglés:

Y con una sonrisa de oreja a oreja exclamó
—¡A Magic Window!—

15.7.07

Menuda Explosión

Otro gran día en casa de la abuela. Solemos reunirnos todas las semanas en su casa para comer. La verdad es que desde que no trabajo en Barcelona echo mucho de menos las comidas en su casa. Extraño sus regañinas al llegar tarde a comer. Me encanta cómo me pregunta unas 100 veces si quiero repetir. Me chifla que se acuerde de todo lo que no me gusta y me parece un detallazo que cuando ocurre me prepare una comida especial. Me pirran su aceitunas, sus embutidos y el aroma de la cocina. ¡Qué bien se come en casa de la abuela! Pero lo que más me gusta de la abuela son sus historias, y hoy os voy a contar una de las mejores.

Como decía, era otro gran día en casa de la abuela. Aquella mañana la tele no estaba encendida, probablemente estaba estropeada pues siempre comemos con la tele de fondo en casa de la abuela. Con cara de consternación nos contaba mientras comíamos una de las noticias trágicas del día. Había explotado un transformador y al menos 300 personas habían muetro. —¡Menuda explosión!— exclamó mi madre, aunque no le dio mucha importancia, pensando que quizás la explosión habría provocado un incendio. Seguíamos comiendo y mi abuela seguía poniéndonos al día de las noticias.
—Pobres…lo peor de todo ha sido que los que han sobrevivido a la explosión han fallecido porque se les han comido los tiburones.—
—Qué raro…—pensamos algunos de nosotros. Pero no le dimos más importancia y seguimos degustando las delicias de casa de la abuela.

Por la noche y nada más encender el televisor se encadenaron una serie de llamadas entre carcajadas a todos los miembos de la familia. Muchos de vosotros ya habréis adivinado que no fue un transformador lo que explotó…sino lamentablemente había explotado un transbordador.

14.1.07

¡Qué bonito es Turavia!

Nos hallábamos en el salón de casa de mi abuela toda la familia reunida. Acabábamos de comer. Veíamos no sé qué programa, aunque sospecho que era algún programa del corazón. Sorteaban un viaje para dos personas a alguna playa paradisíaca del Caribe entre todas las personas que contestaran de qué torero era viuda una conocida tonadillera española. El programa y el premio estaba patrocinado por Turavia, un conocido Touroperador español.

Las imágenes eran de lo más agradables: aguas cristalinas, palmeras cocoteras y hamacas sobre la arena blanca. Una voz masculina describía el paraíso: un hotel de cinco estrellas en una isla caribeña para aquél que mandara por correo postal la respuesta acertada —la fiebre del móvil aún no había llegado a este país—. Afuera llovía y todos refugiamos nuestros problemas en ese pedacito de anuncio.

Mi abuela suspiró…—Ay, ¡qué bonito es Turavia!—