
Las imágenes eran de lo más agradables: aguas cristalinas, palmeras cocoteras y hamacas sobre la arena blanca. Una voz masculina describía el paraíso: un hotel de cinco estrellas en una isla caribeña para aquél que mandara por correo postal la respuesta acertada —la fiebre del móvil aún no había llegado a este país—. Afuera llovía y todos refugiamos nuestros problemas en ese pedacito de anuncio.
Mi abuela suspiró…—Ay, ¡qué bonito es Turavia!—