
Hace varios años mi tía abuela se dirigía en avión a Ibiza con una de sus hijas. Ya había despegado el avión cuando la una preguntaba a la otra si se habían acordado de traer las llaves de la casa. La realidad es que ninguna de las dos las llevaba. La hermana de mi abuela, ni corta ni perezosa propuso:
—No te preocupes, hija. Llamaremos a tu hermana, que nos las envíe por Pax.