
Mi abuela tiene un apartamento en Puigcerdà, un pueblecito en La Cerdanya que está muy cerca de Francia. A mi abuela le encantaba acercarse a la frontera y pasear por las tiendas francesas y comprar “le fromage” y otros souvenirs difíciles de encontrar entonces en Barcelona.
Decidida entró en una tienda donde había una mujer tras el mostrador a la que muy educadamente saludó —Orbuá, Mesié—. La señora puso cara de pocos amigos y poco más que la echa de su tendal. Mi abuela no entendía nada.
¿Qué queréis que os diga? Mi opinión es que la dependienta debería haber saludado en primer lugar a su nueva cliente. ¿Quién sabe? Quizás en su afán de hablar español también se habría equivocado y hubiese saludado muy amablemente —Adiós, señor—.